lunes, 3 de agosto de 2009

EDUCAR EN TIEMPOS DE BORRAMIENTOS DE LAS DIFERENCIAS - por Liliana Gonzalez


La intención es hablar de subjetividad en tiempos donde asistimos a una especie de desconstrucción de lo subjetivo.
Nos ha tocado vivir y educar en tiempos de identidades saqueadas, por la desocupación, la marginación, el consumismo exacerbado, el borramiento de las diferencias.
Tiempos de seres anónimos, de diagnósticos precipitados, terapias breves y medicalización abusiva
Tiempos acelerados en los que todos parecemos hiperactivos, capaces de atender a muchas cosas a la vez o a ninguna
Cultura de la imagen, del consumismo, la cibernética, la globalización. Crisis de valores e ideologías.
Tiempos de problemáticas que nos angustian: fracaso escolar, desnutrición y mortalidad infantil adicciones, patologías de la alimentación, embarazos y suicidios adolescentes, sida, violencia familiar y escolar.
Las dos escenas fundantes fueron particularmente impactadas.
En lo familiar: desocupación, hiperocupación, separaciones, divorcios, violencia, tipos de familia no tradicionales. Muchos padres que parecen haber perdido la brújula, confiesan dificultades para la puesta de límites lo que conlleva un borramiento de la asimetría generacional, un desvanecimiento de la autoridad y en ese marco la educación se torna (como lo anticipaba Freud) un imposible.
¿Y el imperativo de la juventud eterna? Padres vestidos como adolescentes, pensando y hablando como ellos y paradojalmente exigiéndoles madurez, esfuerzo, responsabilidad.
Hoy la adolescencia parece haberse quitado ese matiz de “adolecer” para transformarse en la edad de oro a la que todos se apuran por llegar quemando etapas irrecuperables y una vez allí nadie parece dispuesto a abandonarla. Más que una etapa parece un estado.
Adultos adolescentizados, o adolescentes adultizados, hacen desaparecer la brecha generacional, se invierten las identificaciones, los roles se desdibujan, las diferencias se borran, y la consecuencia puede ser la desestructuración (ya que lo que constituye a un sujeto, son las diferencias).
Nada más desestabilizador para un adolescente que padres que desfallezcan en su función.
En lo escolar la crisis atravesó las instituciones educativas que parecen debatirse entre apatías y violencias mientras asisten al progresivo vaciamiento del sentido para la que fueron fundadas.
Los docentes sienten haber perdido prestigio, legitimidad, reconocimiento. Molestos, desconfiados y a veces desbordados entre las múltiples y variadas demandas que exceden lo escolar y que los sitúan cumpliendo roles para los que no están preparados.
Sin embargo la escuela sigue siendo el único lugar que queda en pie, resistiendo, para la humanización y la socialización ya que los chicos han ido perdiendo los lugares constitutivos de antaño: vereda, plaza, parque, club, potrero, etc
Es en la escuela donde se sigue dando el encuentro de subjetividades: del que enseña y el que aprende, de los alumnos entre sí, los colegas docentes entre ellos
Cada protagonista de la comunidad educativa pone su ser allí.
Para que algo de la educación sea posible, es necesario sostener una relación asimétrica que garantice un marco de confianza y respeto: un adulto en posición de enseñante y un joven en el lugar de aprendiente. Si el padre se pone a la altura del hijo, si el docente se hace el amigo del alumno, allí se gestarán otro tipo de relaciones pero no del orden de lo educativo.
Entre los elementos que entran a jugar en ese encuentro de subjetividades figuran el saber y el poder mayor sobre las nuevas generaciones lo que no implica saberlo y poderlo todo. Es interesante pensar que el saber circula y que a veces una pregunta o una respuesta de un alumno lo coloca en posición de enseñante y es el docente el que aprende.
También el poder circula y a veces está en manos de los estudiantes y recordar esto ayuda para no caer en excesos de autoritarismo y en abusos de poder tramitados vía notas, amonestaciones, expulsiones, humillaciones.
Los docentes, repartimos el conocimiento, el saber, con la intención que el receptor lejos de repetirlo, apueste a re-significarlo, re-crearlo.
En ese encuentro de subjetividades (docente–alumno) con el objeto de conocimiento, que se da en el acto de enseñar-aprender, habrá siempre un resto no educable. Hay que aceptar un no-lograble que jamás se puede anticipar y que no tiene por qué ser identificado como fracaso.
Toda escuela, todo docente, tienen en su currículo oculto la idea de un “alumno ideal” Esto debe ser revisado para poder renunciar a la ilusión de la homogeneidad (todos pueden aprender lo mismo y al mismo tiempo) y atender a lo particular de cada alumno
El respeto por la diversidad, por los saberes y las ignorancias de cada alumno es el punto de partida de la práctica pedagógica
La sociedad es heterogénea y eso atraviesa la institución escolar
El aprendiente entonces es un ser subjetivo, particular, único, irrepetible. Hoy , atravesados por la cultura de la imagen, y en su mayoría atrapados por las pantallas muestran habilidades increíbles en lo conectivo-perceptivo en detrimento del pensamiento simbólico y la autoría


Y aquí aparece el actual desafío de la escuela.
Sin renunciar a los principios básicos de la educación hay que encontrar el modo de acercarse a las culturas infanto-juveniles , incorporar creativamente las nuevas tecnologías convocando autores, investigadores, con pensamiento reflexivo y crítico.
Necesitamos escuelas vivas, activas, con docentes calificados, apasionados que faciliten desde esa posición los procesos de culturalización y humanización
Necesitamos una pedagogía humanizante que rescate el valor de la palabra sobre el acto. Por eso, las materias especiales (plástica, música, teatro, etc) son los escenarios privilegiados para que nuestros alumnos transformen en algún tipo de lenguaje esa cuota de sufrimiento y padecer que implica crecer.
Es nuestra responsabilidad docente que las nuevas generaciones recuperen la palabra como modo de expresión y puedan construir proyectos de vida ligados a la cultura del conocimiento y el trabajo que los libre de la sensación desesperante del vacío existencial.
Quién soy, qué soy, qué quiero ser y hacer son interrogantes que entran a la escuela con cada alumno y las respuestas, por ser subjetivas, requieren de aulas donde las diferencias, lejos de borrarse sean el motor de la búsqueda

Liliana Gonzalez
Licenciada en psicopedagogía
gonzalezli@ciudad.com.ar

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